¿Qué pasó con Norma Penjerek?

 Por Rocío Mendelovich



El 29 de mayo de 1962 Norma Mirta Penjerek se acomodó el blazer azul, se ató el pañuelo que le había regalado su prima y, por si acaso, se envolvió en una bufanda. Pese a las súplicas de su idishe mame, había decido caminar las diecisiete cuadras que la separaban de la casa de su profesora particular de inglés en esa tarde helada. La CGT había proclamado un paro general y, por ende, los colectivos no funcionaban con la frecuencia habitual. 

“Pipi”, como la llamaban sus padres, pertenecía a una familia judía de clase media que vivía sobre la avenida Juan Bautista Alberdi al 3200, en el límite de los barrios de Floresta y Flores. Tenía 16 años, cursaba el 5º año en el Liceo de Señoritas Nº 12 y era hija única. Su padre, Enrique Penjerek, era empleado municipal, y su madre, Clara Breitman, enfermera. 

La adolescente nunca más volvió a su casa.

La clase de inglés se desarrolló sin sobresaltos en Boyacá 420. Pero cuando Enrique volvió del trabajo a la casa a eso de las ocho y media, Pipi no estaba. Su esposa Clara se dispuso a llamar a las amigas de su hija. La única certeza que tenían era que había salido de la casa de la profesora Perla Stazauer de Priellitansky a las ocho menos veinte o menos cuarto, e iba vestida con una pollera gris tableada y un blazer azul. No sabían si se había tomado un colectivo, si había amagado a volver caminando en el frío, o qué había pasado. Nadie sabía nada, se la había tragado la tierra.

Sin ninguna respuesta, en los primeros minutos del día 30 Enrique hizo la denuncia en la Comisaría n° 40. Los padres dieron a entender que la policía los ignoró, que ni siquiera se inmutaron en realizar su trabajo, lo que se iba a repetir a lo largo del caso. 

Diez días después, los padres de Norma publicaron una solicitada en diarios con la foto de la adolescente. Anónimos se comunicaron para brindar datos falsos.

Los medios y la opinión pública no tardaron en vincular su desaparición con los excesos de la dolce vita y la ola de antisemitismo vigente en Argentina en ese momento. Por un lado, se hablaba de que Norma había caído en una red de “trata de blancas” o que se había escapado con un “noviecito”. Fue así como se generó el pánico moral más grande de la década, utilizado por los sectores conservadores y los padres asustados de adolescentes para frenar el cambio en las expectativas de género de sus hijas y las fugas de los hogares debido a la disconformidad con los padres. 

Por otro lado estaba la captura del nazi Adolf Eichmann en Argentina dos años antes. Se sugería que Enrique Penjerek había participado en la operación israelí que lo raptó; y que por ello la desaparición de su hija podría ser la venganza. Ésto fue negado rotundamente por Enrique Penjerek.

El domingo 15 de julio de 1962, 45 días después de la desaparición de Norma, encontraron un cuerpo semienterrado en un potrero en Lavallol. Se trataba del cadáver descompuesto de una mujer que, según fue determinado por la primera autopsia, había sido estrangulada con un alambre y a la que le habían cortado la vena cava superior con un instrumento cortante. 

El accionar de la policía en el operativo había sido dudoso, ya que habían pisoteado la escena del crimen. Además, la mujer era varios años mayor que Norma y medía diez centímetros más. Aún así, en una segunda autopsia una huella dactilar coincidió con la de la desaparecida, el odontólogo que atendía a la joven identificó la dentadura como la de Norma, y su prima reconoció el pañuelo que le había regalado. A pesar de todas las discordancias, el juez a cargo dictaminó que se trataba de ella, y sus padres reconocieron el cuerpo. 

Sus padres la enterraron en el Cementerio Israelita de La Tablada. ¿Era o no era su hija? ¿por qué reconocieron el cuerpo si era casi obvio que no era ella? Y si fuera ella, ¿a dónde había estado en ese largo mes que transcurrió hasta que se halló su cadáver?

En julio de 1963, la trabajadora sexual Mabel Sisti afirmó que la adolescente había sido prostituída, había consumido drogas y había participado en sesiones de fotos sin ropas en una casa del conurbano bonaerense. Sisti culpó del homicidio a un comerciante y concejal de Florencio Varela, Pedro Vecchio. Hubo otros cuatro acusados. Pero luego confesó que había prestado declaración bajo amenaza policial. 

Los detenidos fueron absueltos. La policía mantenía la constante de obstaculizar la resolución del caso cada vez más, y los padres tampoco se quejaban.

La última teoría conspirativa sobre el caso, un tanto disparatada, es sostenida por el primo de Pipi, Chacho. También envuelve a nazis y espías. El primo de Norma, basándose en lo que se hablaba por lo bajo en su casa, sostiene que  ella jamás fue asesinada, y que desapareció porque fue parte de una operación donde confluyen espías sin rostro y cazadores de nazis. Penjerek cree que, tal como señalaba otra hipótesis, efectivamente su tío trabajaba en los servicios de inteligencia y había sido informante en el operativo realizado para capturar a Eichmann. Por esa razón cree que su prima fue amenazada por grupos neo nazis; y que, para protegerla, fue enviada a Israel al mismo tiempo que Eichmann era condenado a la horca en Jerusalem el 31 de mayo de 1962, tan solo dos días después de su supuesta desaparición. 

Ella podría estar segura en el Estado Judío y no ser vengada. 

Chacho Penjerek cierra su hipótesis afirmando que uno de sus primos, el cual había emigrado a Israel, le confesó que se había separado a su primera mujer porque su familia le había encargado cuidar a una chica de 17 años que había tenido un problema en la Argentina y se había ido a un kibbutz (granja comunitaria) en la ciudad de Haifa. Además, el primo sostiene que, luego de la desaparición de Norma, Enrique Penjerek y Clara Breitman pasaron largas temporadas en Israel. Ésto es muy curioso teniendo en cuenta que no se trataba de una familia que estuviera en una situación económica holgada. En la década de los 60s no era común que un matrimonio de clase media baja viajara tanto.

Ninguna de las hipótesis que envolvieron y envuelven al caso son definitivas. Pero lo que es indudable es que el cadáver encontrado en Lavallol no pertenece a Norma Penjerek. La pregunta que resuena es, ¿por qué sus padres lo reconocieron? ¿por qué dejaron que la policía arruinara cada vez más el caso? ¿será que pedir información sobre el paradero de la adolescente fue una estrategia de sus padres para despistar a la sociedad? Quizás la respuesta se encuentra en la hipótesis de su primo. Ojalá alguna vez la verdad se sepa.

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